Una Vida Marcada Por El Cincel Del Maestro

von: Mauricio Guidini

BookBaby, 2018

ISBN: 9781543925555 , 244 Seiten

Format: ePUB

Kopierschutz: frei

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Preis: 7,13 EUR

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Una Vida Marcada Por El Cincel Del Maestro


 

Milagros de sanidad y de protección

El mismo día que mis vecinos me llevaron a mi casa luego de la golpiza de mi madre, me acostaron en mi cama y dormí hasta las cinco de la tarde. Me levanté con mucha dificultad y salí por la puerta de atrás. Con mucho dolor caminé hasta el templo que estaba lejos de mi casa. Al entrar, el Pastor Juan Sorén, quien estaba predicando, al verme con el chaleco y la cabeza vendada, detuvo la predicación y convocó a la congregación a orar por mí: “El niño mártir de la Iglesia”. Mientras toda la congregación está orando y clamando, Dios me sanó instantáneamente, el yeso y los vendajes fueron removidos; y quedé como antes del desgraciado incidente.

Llegué a mi casa, gozoso, alabando a mi Señor por el milagro ocu­rrido en el templo. Un gozo inefable y una gran satisfacción embargaban todo mi ser. Sin embargo, esa alegría duró poco. Al entrar a mi casa, mi mamá volvió a mirarme con odio, muy agresiva, y sus palabras (en vez de alegría y satisfacción por el milagro realizado en mí) fueron una expresión diabólica: “Ellos te curaron; ahora tú vas a saber quién soy yo”. Me quitó toda la ropa, y con una correa de trenza gruesa, me castigó de nuevo como si yo fuera un cruel verdugo. Pero el Señor en esta ocasión fue como coraza y muro sobre mi cuerpo, era transparente que impedía que yo sintiera los golpes, aunque mi propia madre estaba tratando de matarme. Cuando se cansó de golpearme, me vestí y me fui a dormir, dando gracias a mi Dios por su protección, por su cobertura y por el milagro. Esa noche dormí placenteramente. En los momentos más duros de tu vida vas a ver los grandes milagros y cómo Dios obra a tu favor para que nada dañe el plan eterno que Él ha trazado para tu vida, tu futuro y tu historia.

Al otro día me levanté muy feliz; mi madre me sirvió café, pan y mantequilla (y como me gusta) y oré al Señor, a pesar de que cuando yo oraba, su furia aumentaba. Me fui a la escuela con mi hermana Mafalda, quien siempre fue, no solo mi hermana sino, mi amiga, mi defensora, mi paño de lágrimas. Ella quería saber todo lo que había pasado en la Iglesia y sobre la golpiza que nuestra madre nos había dado. Me preguntó: ¿Qué pasó contigo, que mamá te pegó tan fuerte y ahora no tienes nada? Yo le conté lo que pasó, y ella me dijo: ¿Por qué no me llamaste? Le respondí: Yo puedo aguantar los ataques de mamá; pero tú no; no quise llamarte pues no quiero que tú también sufras los mismos golpes que yo.

Luego de este terrible episodio, el nuevo castigo impuesto por mi madre fue ponerme a comer debajo de la mesa, como los perros. En otras ocasiones, me arrodillaba por media hora sobre granos de arroz que lastimaba mis rodillas y las hacía sangrar.

Sanidad de mi padrastro

Habiendo transcurrido dos años de lucha luego de mi conversión, mi padrastro sintió una molestia en la pierna izquierda. Mi padrastro no se portaba bien conmigo. Él disfrutaba quitarme la ropa y azotarme con una correa. Yo le respetaba, pero su instinto de coraje y violencia era muy fuerte contra mí.

A mi padrastro se le desarrolló una fiebre alta a causa de una úlcera varicosa en la pierna y la misma comenzó a pudrirse. Yo le pregunté: “¿Quiere que traiga algunos hermanos de la iglesia para que oren por usted? El Señor lo sanará”. El intenso dolor que él sentía era insoportable por lo que me contestó afirmativamente. Pero mi mamá me dijo tajantemente que no me atreviera a llevar a esa gente a la casa. “Si los traes, sabrás de lo que soy capaz”.

Pero, aun así, fui a la escuela dominical y hablé con el hermano José Dos Santos, quien invitó a otros para que fueran con él y conmigo a orar por mi padrastro. Ellos no sabían que mi madre me había prohibido traerlos. Al llegar a la casa me amenazó con matarme. Fue una escena impactante. Doce hermanos valientes y el niño mártir en medio de ellos. Mi mente estaba muy turbada; el pánico y un miedo aterrador se apoderaron de mí, me agarré de las piernas del hermano José Dos Santos (un hombre de gran estatura física y fuerte) y no lo solté.

Antes de orar, los hermanos le dijeron a mi padrastro: “si usted se convierte a Cristo ahora, vamos a orar para que el Señor lo sane”. Inmediatamente él se convirtió al Señor; lo aceptó de todo corazón y cuando los hermanos lo vieron llorando y gritando confirmaron que había sido sanado instantáneamente. Esta gloriosa experiencia fue el inicio de la salvación de mi madre. Hoy te puedo decir que Dios tornó aquello tan duro, tan difícil, en bendición. Te digo con todo el corazón, no te rindas nunca, no tires la toalla. Cuando el desánimo toque tu puerta, alinea tu corazón con el de Dios y busca tu fortaleza en la cruz del Calvario, donde verás tu mayor liberación. Dios nos dio lo mejor y lo más grande, a su hijo Jesucristo, el milagro mayor, la salvación, la esperanza y el amor del Padre Celestial. Reenfoca tu corazón con el del Padre para que encuentres paz en medio de la tormenta, gozo en medio de la tribulación y vida cuando todo parece que va a terminar, ahí es donde Dios comienza tu milagro.

Salvación de mi madre

En los precisos momentos en que ocurría el milagro de sanidad de mi padrastro, mi madre entra al cuarto. Yo estaba temeroso de lo que iba a hacer, me agarré fuertemente de las piernas del hermano Dos Santos. Mi hermana Mafalda estaba afuera, preocupada por lo que nuestra madre haría en esta ocasión. Pero mi madre, muy afligida, logró despegarme del hermano José y me llevó a su pecho, apretándome cariñosamente, mientras lloraba y clamaba: “Mauriciño, mi hijo, perdona a tu madre”, yo no podía creer lo que estaba haciendo. En ese instante ella se convirtió al Señor, mi hermana Mafalda entró al cuarto, y nos besamos y abrazamos, mientras nuestra mamá hacía lo mismo con nosotros, estaba asombrado, pero a la misma vez pude ver cómo Dios tornó cada lágrima en una recompensa. Después de mucho tiempo finalmente recibí los besos y abrazos de mi mamá que tanta falta me hacían. Mientras los hermanos seguían orando, el Señor la bautizó con el Espíritu Santo. Fue un momento muy emocionante y glorioso. Ya empezaban a verse los frutos de mis oraciones y la de aque­llos hermanos fieles de la Iglesia. La oración tiene un poder sobrenatural en la vida de aquel que cree y que dispone su corazón para que Dios obre y no solo eso, sino para que Dios haga entender y comprender que Dios es Soberano, que los tiempos y las razones las vamos a comprender más adelante. En el momento del dolor no lo entendemos, en el momento de la crisis no lo podemos ver con claridad, pero cuando Dios abre la puerta grande, podemos ver que la espera y el proceso fueron necesarios.

A partir de ese día ella limpió la casa de todos los vestigios de sus prácticas de la santería, el espiritismo, la hechicería; y destruyó las imágenes y otros artículos dedicados a los demonios. Todas esas prácticas malignas quedaron en el pasado porque se convenció de que éstas eran pecados condenados en las Sagradas Escrituras.

Transformación de mis circunstancias

Antes de la conversión de mi madre, vivíamos en condiciones muy pobres y teníamos que compartir un baño con otras familias. Ahora vivíamos en una casa cómoda, con nuestro propio baño. Además, ahora teníamos buena ropa y buenos trabajos, muy bien remunerados todo porque Cristo cambió nuestras circunstancias. Nos prosperó no solo espiritualmente, sino también materialmente.

Desde su conversión, mi madre se dedicó a ser una gran predicadora, sirviendo al Señor, y fundando muchas iglesias por todo São Paulo. Ahora su amor por Dios la llevaba a caminar a pie tres, cuatro y hasta cinco kilómetros para predicar el Evangelio de Jesucristo. Nuestra casa se convirtió en un albergue para pastores y ministros. La pasión de mi mamá ahora era hablar de Cristo; ella vivía pensando en las personas que debía visitar para hablarles del Señor. Los jóvenes disfrutaban salir a ministrar con ella pues su vida ahora era servir al Señor. Aprendían de ella y les inspiraban las maravillosas experiencias que el Señor realizaba por medio de ella. Obreros de todo el país querían conocerla pues para ella no había montañas, ni ríos, lluvia o enfermedad que le impidieran llevar la Palabra de Dios.

Recuerdo un domingo, a la hora de servir el almuerzo, mi madre decidió dar un servicio frente a una casa del barrio. Allí nos reunimos cinco jóvenes, mi padrastro y yo a cantar alabanzas a Dios, y de repente salió una señora joven con una olla de comida dañada y la echó sobre nosotros para que nos calláramos. Mi madre le gritó; “¡Dios le bendiga!” y continuó con el servicio, con nuestra ropa toda llena de comida. Cuando terminó el culto fuimos a bañarnos.

El siguiente domingo volvimos frente a la casa de la señora que nos había lanzado la olla de comida y comenzamos a cantar y adorar al Señor. Mi madre comenzó a predicar a toda voz. Esta vez la señora salió con una olla llena de agua la cual lanzó sobre nosotros y en esta ocasión, mamá gritó: “¡Gloria a Dios!” El pasado domingo usted nos lanzó comida dañada y hoy nos limpió con agua pura. El Señor está haciendo la obra. En el transcurso de la semana oramos a Dios por la salvación de aquella familia.

El domingo siguiente volvimos a la misma hora con los hermanos, pero no hicimos el culto en la calle. En esta ocasión la señora nos estaba esperando en el portón y nos...